En la Baja Edad Media, los estudiantes universitarios no gozan de demasiado prestigio, son considerados a todos los efectos como clérigos menores, ya que la cultura está exclusivamente en manos de la Iglesia, y en caso de cometer delitos son juzgados por tribunales eclesiásticos. Posteriormente, la Alta Edad Media, supone una época de enorme desarrollo tanto artístico como intelectual, lo que propició sin duda la proliferación de las universidades. La palabra universidad se deriva de la palabra latina universitas, que significa corporación o gremio, y hacía referencia a un gremio de maestros o estudiantes.
La primera universidad europea apareció en año 1.088 en Bolonia, Italia y coincidió con la renovación del interés por el derecho romano sobre todo por el redescubrimiento del Código de Derecho Civil de Justiniano. Para protegerse, los estudiantes de Bolonia formaron un gremio, o universitas, que el emperador Federico Barbarroja reconoció y al cual le dio una cédula en 1158. Aunque el cuerpo docente también se organizó como grupo, la universitas de estudiantes de Bolonia tuvo mayor influencia. Obtuvo, por parte de las autoridades locales, una promesa de libertad para los estudiantes, que se regulé el precio de los libros y del hospedaje y, además, determiné los estudios, las cuotas y el profesionalismo de los maestros. Se multaba a los profesores si faltaban a una clase o comenzaban tarde sus lecciones. La Universidad de Bolonia siguió siendo la mejor escuela de leyes de Europa durante la Edad Media. Más tarde nacerían otras universidades de prestigio como la Universidad de París, creada a consecuencia de que un grupo de maestros de la escuela catedralicia de Notre Dame, comenzaron a aceptar estudiantes extra por una paga, formando a finales del siglo XII una universitas, o gremio de maestros, hasta que en el año 1200, el rey de Francia Felipe Augusto reconoció de manera oficial la existencia de la Universidad de París. La Universidad de Oxford, en Inglaterra, se organizó según el modelo de la de Paris, y apareció por primera vez en 1208. Una migración de académicos de Oxford, ocurrida en 1209, condujo a la fundación de la Universidad de Cambridge. Durante la Alta Edad Media los reyes, papas y príncipes rivalizaron en la fundación de nuevas universidades. A finales de la Edad Media había ochenta universidades en Europa, la mayoría de ellas localizadas en Inglaterra, Francia, Italia y Alemania.
Los estudiantes de las universidades medievales provenían predominantemente de los niveles intermedios de la sociedad medieval, las familias de los pequeños caballeros, mercaderes y artesanos. Todos eran hombres; muchos eran pobres, pero ambiciosos y con deseos de ascender socialmente. Los estudiantes que recibían grados de una universidad medieval, podían estudiar otras carreras, además era esencial para quienes desearan servir como consejeros de reyes y príncipes. Las crecientes burocracias administrativas de los papas y reyes también demandaban una oferta de escribanos en posesión de una educación universitaria capaces de conservar los registros y redactar documentos oficiales.
Los estudios iniciales del alumno de una universidad medieval se centraban en el curriculum de las artes liberales tradicionales. El trivium consistía en gramática, retórica y lógica; el quadrivium abarcaba aritmética, geometría, astronomía y música. Tras completar el curriculum de artes liberales, un estudiante podía ir a estudiar derecho, medicina o teología que era la materia considerada más importante en el currículo medieval. El estudio del derecho, la medicina o la teología era un largo proceso que podría prolongarse una década o más. El más sencillo de los grados universitarios daba derecho a ostentar una corona de laurel, bacca lauri, y de este nombre latino derivó el vocablo bachiller. Seguía la licencia docendi, es decir el permiso para enseñar las materias de una facultad, con derecho a vestir una capa redonda y caída, llamada toga. El licenciado podía ponerse también un birrete. En lo alto de la pirámide académica estaban los doctores.
No era extraño que pocos años después de ingresar en una universidad los jóvenes estudiantes dejasen sus estudios sin obtener titulación alguna y decidiesen casarse o ponerse a trabajar; pero para obtener los diferentes grados era necesario pasar por los exámenes, normalmente una semana antes el estudiante debía de jurar cumplir con los estatutos de la sociedad y no sobornar al jurado, incluso en algunas se les obligaba también a jurar que si era suspendido no ejercería venganza alguna “por medio de cuchillo o puñal” contra el profesor. El día del examen el estudiante iba a misa y después se presentaba ante los profesores, éstos le entregaban un texto en un acto público y el estudiante realizaba una serie de comentarios al mismo, a continuación los miembros de jurado le realizaban varias preguntas; para el título de doctor, el sistema era el de la LECTIO-DISPUTATIO, consistiendo la lectio en una tesis que era presentada por el estudiante. Tras la obtención de cada grado los estudiantes tenían la obligación de pagar una espléndida comida a numerosos invitados y sufragar unos festejos pomposos, en lo que parece apreciarse cierto propósito corporativista de dificultar el acceso al clan.
Las clases eran impartidas en latín, que proveía un medio de comunicación común para los estudiantes, sin importar su país de origen. Básicamente, la instrucción de la universidad medieval se realizaba mediante el método de la conferencia. La palabra lectura se deriva del latín y significa “leer”. Las lecciones en su mayoría se basaban en textos antiguos adaptados, que el profesor recitaba en las clases; la metodología, era básicamente teórica, se basaba en que los estudiantes memorizaran los textos y pudieran llegar a reproducirlos y discutirlos demostrando que los habían entendido. De gran importancia para los estudiantes eran los libros de textos que podían encontrarse en los alrededores de las universidades, pero eran muy caros así que quedaba la opción de acudir a un taller de escribano que reproducían los manuales escritos por los profesores o acudir a las bibliotecas universitarias.
Los alumnos gozaban de poder absoluto: vigilaban la asistencia a clase de los profesores, su puntualidad y el nivel de sus explicaciones; no toleraban que se saltasen ningún tema difícil y les exigían respuesta a cualquier clase de pregunta; incluso el rector y los decanos de la universidad eran elegidos por los estudiantes, al igual que en muchos lugares y ocasiones eran también designados los profesores.
Resultaba difícil delimitar la población estudiantil debido a la multitud de estudiantes a tiempo parcial y de otras personas que vagaban por las universidades, entre ellos los criados de los estudiantes ricos, los empleados de la universidad, los pícaros y los ladrones, así como los antiguos estudiantes que nunca abandonaban la ciudad universitaria.
Muchos estudiantes provenían de familias ricas y acomodadas, pero incluso éstos a menudo pasaban estrecheces económicas; siendo bastante habitual que en las universidades medievales los manuales proporcionaban modelos de cartas que los estudiantes podían usar para solicitar dinero a sus padres, tutores o patrones, así manual de la Universidad de Oxford en el que se dice “De B. a su venerable maestro A., saludos. La presente es para informarle que estoy estudiando en Oxford con la mayor dedicación, pero las cuestiones monetarias se interponen con frecuencia en el camino de mi promoción, pues hoy hace dos meses que gasté lo último que me envió. La ciudad es cara y tiene muchas exigencias; tengo que alquilar alojamiento, comprar artículos de primera necesidad y proveerme de otras cosas que ahora no puedo especificar. Por lo que respetuosamente suplico a su paternidad que, mediante los impulsos de la divina piedad pueda asistirme, de manera que pueda completar lo que bien he comenzado”. Y no faltaban casos en los que los estudiantes terminaban con la paciencia de sus patrocinadores, como en una carta enviada por un padre a su hijo, estudiante en la Universidad de Orleans “El haragán en su trabajo es hermano del derrochador: He descubierto recientemente que vives de manera disoluta y perezosa, con más tendencia a lo licencioso que a la moderación, al juego que al trabajo, y que prefieres rasguear la guitarra, mientras otros están en sus estudios; y sucede que has leído sólo un volumen de leyes, en tanto que tus compañeros más diligentes ya han leído varios. Por tanto, he decidido exhortarte aquí para que te arrepientas absolutamente de tus modales disolutos y descuidados, para que ya no puedas ser llamado un despilfarrador, y que la vergüenza logre hacerte regresar a una buena reputación”.
Pero, al mismo tiempo, si bien se ha de reconocer que en aquella época, algunos estudiantes se tomaban sus estudios en serio y trabajaban duro, la inmunidad de la que gozaban las corporaciones universitarias frente a las autoridades civiles propiciaba que en la vida de los estudiantes las borracheras, las aventuras amorosas, el juego, las novatadas, las juergas, las riñas callejeras y las tentaciones para gastar dinero eran bastante frecuentes; celebrándose muchas fiestas, aparte de las festividades religiosas, que eran conmemoradas de forma peculiar. Algunas conducían a estremecedoras parodias de la fe y sus dogmas, con festejos groseros que acababan teniendo por escenario los lugares de peor nota. El obispo de París decidió prohibirlos, y la facultad de teología le respondió “que la locura es una segunda naturaleza del hombre que parece serle congénita, y que conviene que disponga de expansión por lo menos una vez al año.”
También ocurrían otros desenfrenos en las fiestas generales de la población, en las cuales destacaban los escándalos promovidos por los escolares e invariablemente protegidos y excusados por las autoridades académicas. Destacaba por su violencia y descaro el sector de los llamados GOLIARDOS, libertinos y delincuentes que se amparaban en el nombre de estudiantes para prolongar años y años una vida de licencia y rapiña. Un concilio reunido en Salzburgo los definió así: “Se pasean desnudos en público, frecuentan las tabernas, los juegos y a las cortesanas, se procuran el sustento mediante los delitos que cometen.” En otras ocasiones los goliardos se limitaban a sacar beneficio tocando instrumentos, cantando en coro o componiendo poesías, un poco a la manera de las tunas universitarias perpetuadas hasta hoy. Estos conjuntos de músicos y pícaros iban de una población a otra, tal vez con el pretexto de seguir los cursos de algún maestro célebre.
En España fueron populares los SOPISTAS, que llevaban consigo guitarras, flautas, gaitas y demás instrumentos, y tocaban y cantaban por las tabernas a cambio de dinero, vino y la “SOPA BOBA”, que se realizaba a partir de sobras de comida y que se servían en “el ajuar del sopista” formado por una escudilla y un cucharón de palo; posteriormente los sopistas se convirtieron en las actuales tunas.