En el norte de la isla muchos jamaicanos trabajan para el turismo; son profesionales, atentos y simpáticos, cuidan a los turistas con esmero y dedicación; saben que somos las gallinas de los huevos de oro y que nuestra diversión supone la llegada de dinero y de bienestar; también, hay otros que viven de manera totalmente libre, van con unas largas y graciosas rastas, fuman y viven sin preocupación alguna, vendiendo artesanía, piñas o lo que pillen. Por otro lado la mayoría de los turistas son clase media del primer mundo (Canada, EEUU, Inglaterra, Alemania y España), aunque hay de todo, incluso Tom Cruise tiene una casa en la Laguna Azul. Cada uno desempeña su papel a la perfección, unos disfrutan de unos días de vacaciones, rodeados de todo tipo de comodidades e inflando sus panzas de comida apetitosa; otros, hacen un viaje cultural y viajan por la isla; los hay que, disfrutan bañándose en la exclusiva Isla de los Monos; incluso algunos, van como locos intentando pillar la mejor hierba; y, los hay como Jhon, que disfruta siendo el jefe del Nigh-Café del hotel Bahía.
Estas vacaciones las he pasado en el norte de Jamaica (el sur parece ser que es peligroso) disfrutando de sus aturquesadas aguas, viendo sus espectaculares atardeceres y tumbándome en la playa por la noche, observando la cantidad de estrellas que pueblan su cielo - no sabía que había tantas-. Pero, lo que más me ha llamado la atención es la felicidad de los jamaicanos, es curioso como son felices a pesar de la pobreza en la que se encuentran, sonríen fácilmente y continuamente dicen “no problem”. Observarlos me hizo sentir un poco estúpido.