sábado, 14 de noviembre de 2009

LA GRANADA DE ZARAGOZA


Hacía tiempo que no iba a cenar a “La Granada”, quizá desde hace muchos años en los que este establecimiento era conocido con el nombre de “Gurrea”; la verdad es que varios conocidos y amigos me habían recomendado ir, aunque mi devoción por los restaurantes de mi querida Cambrils y de mi muy visitada Huesca me habían despistado y quizá hayan sido en parte responsables de que demorara mi visita a este conocido restaurante zaragozano.

En estos tiempos en los que en nuestro país la mayoría de las personas no pasan hambre y que casi todo está inventado, en este tipo de restaurantes se pretende desde luego más allá del alcance del alimento para el mero sustento que se trate de una velada en la que la cena sirva como vehículo para intimar con la compañía y desde luego en la medida de lo posible descubrir nuevos sabores y texturas con los deleitar nuestro malacostumbrado paladar.
He de reconocer que si bien no volveré a elegir este restaurante para una velada romántica, ya que los excesivos vatios de luz y la no colocación de velas hace inexistente una atmósfera cálida e intima en el establecimiento, algo que si han previsto otros restaurantes de la capital maña; por otro lado salí encantado con la calidad de la cocina, un menú simple pero original del principio a fin y una atención correctísima a la vez que simpática hicieron de la velada una magnifica experiencia que desde luego os recomiendo que compartáis con vuestros seres más queridos. Nada más sentarnos nos sorprendieron con una amplísimo catalogo de panes y con unos entrantes, regalo de la casa, consistentes en un chúpito de crema de calabaza con aceite de jamón ibérico, una fantasía de lychis entre dos crujientes de tinta de calamar, arenques con parmesano y unas olivas caramelizadas a la sal y al romescu; de primero un excelente arroz al aroma de café con lima y setas, que suponía un entrañable contraste de sabores notando las pinceladas cafeteras sólo en el regusto final; de segundo una merluza con infusión de longaniza, curioso contraste tierra-mar aunque no menos lo era la forma de ser presentada, en platos con formas ovaladas y relieves claramente marcados; de postre un goloso lingote de chocolote con oro y helado de rosas, realmente sensacional, diferentes texturas de chocolate pintadas con oro comestible convivían con el suave y refrescante helado; y, finalmente, el café, éste no estuvo mal, aunque desde luego los he tomado mejores, también he de reconocer a su favor que lo pedí descafeinado y claro, no es lo mismo, sin embargo me alegro de haberlo tomado porque este viene acompañado de una selección de mini galletas cookies, magdalenas liliputienses de chocolate, una pequeña miga pasiega y unas innovadoras gominolas de aceite de oliva. Sin lugar a dudas, para chuparse los dedos.